Tiempo de Cuentos
octubre 20, 2011
Había una vez un país muy grande gobernado por un General La gente de ese país creía que su manera de vivir era la mejor. Tenían un ejército poderoso y un cañón enorme.De vez en cuando, el General salía con su ejército a conquistar otros países.
«Es por su propio bien», decía. «Así podrán ser como nosotros».
Los otros países se resistían, pero al final, siempre eran conquistados. Llegó un momento en que el General gobernaba ya todos los países, excepto uno... Era un país tan pequeño que el General nunca se había preocupado de invadirlo. Pero ahora era el único que quedaba por conquistar. Así que un día el General y su ejército partieron de nuevo. El pequeño país sorprendió al General. No tenían ejército y no ofrecieron resistencia. Es más, la gente daba la bienvenida a los soldados como si fueran invitados. El General se instaló en la casa más confortable y los soldados se alojaron con familias.
Cada mañana, el General pasaba revista a sus soldados y luego escribía cartas a su mujer y a su hijo. Los soldados charlaban con la gente, jugaban a sus juegos, escuchaban sus cuentos, disfrutaban con sus canciones y se reían con sus chistes.
La comida era diferente de la suya. Los soldados miraban cómo se preparaba y después se la comían. Estaba deliciosa. Como no tenían nada más que hacer, los soldados ayudaban a la gente en sus labores.
Cuando el General se dio cuenta de lo que estaba pasando, se puso furioso. Envió a los soldados de vuelta a su país… Y los reemplazó por soldados nuevos. Pero los nuevos soldados acabaron comportándose igual que los anteriores. El General se dio cuenta de que no hacía falta tener allí un gran ejército. Así que decidió volver a casa y dejar nada más que unos cuantos soldados ocupando el pequeño país.
En cuanto el General se marchó, los soldados que se habían quedado colgaron sus uniformes y se incorporaron a la vida diaria del pequeño país. El General volvió a casa triunfante, con sus soldados coreando como siempre:
«Somos los conquistadores.
Somos los conquistadores.»
El General se alegraba de volver, aunque ahora todo era diferente. La comida olía como la del pequeño país. La gente jugaba a los juegos del pequeño país. Hasta su forma de vestir se parecía ahora a la de la gente del pequeño país.
El General sonreía y pensaba: «¡Ah!, los estragos de la guerra.»
Y aquella noche, al acostar a su hijo, éste le pidió que cantara para él. Así que le cantó las únicas canciones que podía recordar: las canciones del pequeño país.El pequeño país que había conquistado.
David McKee
Los conquistadores
Madrid, Editorial Kókinos, 2004
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