Existe una poeta peruana que me estremece la piel cada vez que la leo, ella es Blanca Varela, una de las voces femeninas más importantes de mi país. Su poesía está cargada de fuerza y lleva un ritmo perfecto.
Último poema de Junio
Pienso en esa flor que se enciende en mi cuerpo. La
hermosa, la violenta flor del ridículo. Pétalo de carne
y hueso. ¿Pétalos? ¿Flores? Preciosismobienvestido,
muertodehambre, vaderretro.
Se trata simplemente de heridas congénitas y
felizmente mortales.
Luz alta. Bermellón súbito bajo el que despiertas
de pie, caminando a ninguna parte. Pies, absurdas
criaturas sin ojos. No se parecen sino a otros pies.
Y además estas manos y estos dientes, para mostrar-
los estúpidamente sin haber aprendido nada de ellos.
Y encima de todo y todas las cosas, sobre tu propia
cabeza, la aterciopelada corona del escarnio: un som-
brero de fiesta, inglés y alto, listo para saludar lo
invisible.
Rojos, divinos, celestes rojos de mi sangre y de mi
corazón. Siena, cadmio, magenta, púrpuras, carmi-
nes, cinabrios. Peligrosos, envenenados círculos de
fuego irreconciliable.
¿Adónde te conducen? ¿A la vida o a la muerte?
¿Al único sueño?
La flor de sangre sobre el sombrero de fiesta (inglés y alto)
es una falsa noticia.
Revelación. Soy tu hija, tu agónica niña, flamante
y negra como una aguja que atraviesa un collar de
ojos recién abiertos. Todos míos, todos ciegos, todos
creados en un abrir y cerrar de ojos.
El dolor es una maravillosa cerradura.
Arte negra: mirar sin ser visto a quien nos mira
mirar.
Arte blanca: cerrar los ojos y vernos.
Ver: cerrar los ojos.
Abrir los ojos: dormir.
Facilidades de la noche y de la palabra. Obscenidades
de la luz y del tiempo.
Y así, la flor que fue grande y violenta se deshoja y
el otoño es una torpe caricia que mutila el rostro
más amado.
Fuera, fuera ojos, nariz y boca. Y en polvo te conviertes
y, a veces, en imprudente y oscuro recuerdo.
Dulce animal, tiernísima bestia que te repliegas en
el olvido para asaltarme siempre. Eres la esfinge
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