Tiempo de Cuentos marzo 11, 2021

Me ha pasado muchas veces tener ideas preconcebidas sobre diversos libros, películas y canciones sin leerlas, verlas o escucharlas. Me ha pasado de pequeña negarme a leer un libro por el grosor, el olor o la apariencia de éste. Me ha pasado sentir el bloqueo de apreciar y emitir mi opinión sobre una obra de arte cuando previo a mi acercamiento hubo una "buena crítica".

-Tienes que leer este libro -dijo mi hermana.

-Tienes que ver esta película, es buenísima -dijo mi prima.

-Tienes que ver esta serie que es número 1 en el país -dijo Netflix.

La presión de la respuesta del común consumidor de cierto tipo de lectura me ha frenado a llegar a ellas. Pero admito también que en muchos casos me encontré pegada literalmente a un libro, una película o una canción luego de una incansable lucha porque los aprecie: la estética de la recepción había cumplido su misión, pude confirmar lo que muchos decían sobre dichas propuestas.

Recuerdo que cuando empecé la carrera de literatura, un amigo mío me dio de regalo navideño el libro "No me esperen en abril" de Bryce Echenique (ciertamente sólo me regalaban libros desde que empecé a estudiar) y emocionada lo empecé a leer porque era una nueva edición y además era un libro muy recomendado. Demoré 4 meses en leerlo, me costó muchísimo, las descripciones excesivas que tenía el autor -para mi gusto- eran tediosas. Lo terminé y determiné que nunca más leería a Bryce, tenía 18 años y ese era el cuarto libro que había leído completamente en mi vida.

Desde ese momento comentaba a quien me preguntara que no me gustaban los libros con descripciones exageradas, que me desesperaba cuando el escritor se detenía cinco páginas a describir un paisaje o un suceso. Era muy joven y para esa época mis gustos literarios recién se estaban definiendo. No siempre fue así.

Años después y gracias a mi apertura al mundo mi concepción sobre los libros descriptivos y Bryce cambió.

Visitar otros países, otras ciudades, conocer diferentes culturas, hicieron que entendiera el ímpetu que había tenido el escritor para intentar que yo viese, a través de sus ojos, los detalles redactados, todo dependía de cuan abiertos se encontraban los míos o cuántas ansias tenía de abrirlos realmente: Mi horizonte de expectativas sobre dichos libros había dado un giro de época y gracias a las nuevas experiencias.


Con el tiempo los libros rechazados fueron aceptados nuevamente, otros pasaron al cuadernito negro y otros simplemente llegaron para quedarse por siempre.

Desde entonces participo en algunos clubes de lectura para re descubrir un libro odiado (incomprendido) o amado en la mirada de otros, o como dice Iser " hacer conscientes aquellos aspectos del texto que de otro modo quedarían ocultos en el subconsciente; satisface (o ayuda a satisfacer) nuestro deseo de hablar sobre lo que hemos leído" (1987: 237).

Cuando empezamos a escribir lo hacemos con la ilusión del primer lector que somos nosotros mismos, nos enamoramos de nuestro relato y queremos que el mundo sienta el mismo amor por esos textos. Es un hermoso sentimiento que debe ser complementado con la responsabilidad que se tiene con la palabra escrita o expresada oralmente, es decir, hacerse cargo y ser fiel a lo que queremos transmitir, porque siempre podemos escribir para alimentar a nuestro lector interno o al externo he aquí la estética de la recepción.